El diagnóstico de una enfermedad mental es frecuentemente un alivio para muchos/as pacientes y familiares que inicialmente no sabían qué les estaba sucediendo.
El reconocimiento como individuos que están sufriendo unas determinadas dolencias ya estipuladas, es de gran ayuda para mitigar los sentimientos de incomprensión, ya que se toma conciencia de que no son los únicos que tienen esos mismos problemas. Paralelamente, se desarrolla la sensación de que pueden existir soluciones y se ponen en marcha mecanismos para encontrarlas. Además, la evaluación clínica nos sirve a los/as profesionales para ofrecer el mejor tratamiento posible y tener una forma de comunicación entre nosotros/as.
Sin embargo, en ocasiones se produce una correspondencia excesiva entre la etiqueta diagnostica y la identidad de la persona. Desde una perspectiva tradicional y esencialista, se considera a la identidad de forma estable e inamovible a lo largo de la vida.
En este sentido, caer dentro de una clasificación diagnostica implica asumirla como parte de uno mismo y, por lo tanto, incorporar a la identidad las propiedades o la sintomatología que se le atribuyan. Concebir de esta forma a las enfermedades mentales socava la creencia en la posibilidad de cambio, merma el autoconcepto y limita a la persona en actitud y acción. Por el contrario, una perspectiva narrativista de la identidad permite dotar a las personas de la capacidad de alterar el concepto que tienen de ellos mismos y de su enfermedad. Si empezamos a pensar la sintomatología como algo externo a la persona y potencialmente modificable, estamos permitiendo su mejoría y desestigmatización. Se pasa de “ser” enfermo/a mental, a “tener” una enfermedad mental. Se prioriza a la persona y no a la enfermedad. De esta manera, la persona nunca es el problema (no es culpable), sino que los problemas son los problemas. No hay que ponerle remedio a la persona, sino a las dificultades que se presenten.
No se trata de rechazar la etiqueta diagnostica, sino de diferenciarla de lo que la persona es, de su autoconcepto, de su identidad, de sus capacidades y actitudes frente a la vida. Esto es esencial en el proceso de rehabilitación para que las personas se impliquen en su recuperación y sepan que ellas mismas son los principales agentes de cambio. En definitiva, somos lo que nos contamos sobre nosotros/as mismos/as. Contémonos buenas historias y, sobre todo, sepamos y trasmitamos que nunca un concepto o una idea nos definen eternamente y que, siempre estamos a tiempo de encontrar un nuevas oportunidades y alternativas.
Jorge Corpas López
Psicólogo de Asaenec